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RADIO32 SOMOS TU VOS
El domingo 9 de noviembre de 1997 las hermanas María Emilia y Paula González y su amiga Verónica Villar salieron a dar un paseo a la tarde y desaparecieron. Las encontraron dos días después semienterradas junto a las vías del tren. Las habían asesinado a golpes, tiros y puñaladas. A 27 años del caso que marcó la historia de Cipolletti, hubo una condena y también quedaron muchas preguntas que aún no tienen respuesta.
Claudio Kielmasz, empleado de un corralón que en ese momento tenía 23 años, apareció en la causa que investigaba el triple crimen como un testigo interesado en la recompensa pero se convirtió en sospechoso cuando, voluntariamente, entregó el arma con la que habían asesinado a las mujeres. La Justicia lo condenó a reclusión perpetua pero él nunca rompió el silencio.
“El juicio nos dejó más dudas que certezas”, expresó Ofelia Mosconi, la mamá de Verónica Villar, en diálogo con TN. En este sentido, señaló: “Dijeron que fue un crimen por error, que el ataque estaba destinado a otras tres mujeres pero nunca se supo quiénes eran ni por qué las querían matar”.
En relación a Kielmasz, el único condenado por los homicidios de su hija y las hermanas González, Ofelia enfatizó: “Yo no sé cuál fue la responsabilidad que él tuvo en lo que pasó, lo que sí sé es que no fue el único culpable”.
Cipolletti era una ciudad tranquila, observó la mamá de Verónica. De hecho, alguna campaña política oportunamente se jactó de eso con el slongan “Una ciudad para vivir”. Pero ya nada iba a ser igual. Cuando mataron a las tres jóvenes, en la calle se instaló el miedo.
Aquella calurosa y fatídica tarde de finales de noviembre hace casi tres décadas María Emilia, que tenía 24 años y una hija de dos, y su hermana Paula, que ese año terminaba la secundaria, se llevaron prestado el auto de su papá para ir a buscar a Verónica.
Cuando estuvieron juntas las tres amigas pasaron por la casa de otra chica, una joven llamada Alejandra Meraviglia, pero no la encontraron. En ese lugar dejaron el coche estacionado para continuar con el paseo a pie y allí también se les perdió el rastro.
Las jóvenes no regresaron a sus casas y al atardecer se encendieron las alarmas. Los familiares intentaron hacer la denuncia por la desaparición en la subcomisaria 69 de Cipolletti, pero como todavía no habían pasado 24 horas lo único que recibieron fue indiferencia.
Así fue como decenas de vecinos salieron espontáneamente a buscarlas mientras la noticia empezaba a tener eco en las radios locales. “Todo era desesperación, no sabíamos qué había pasado”, recordó sobre esas dramáticas horas Ofelia, la madre de Verónica Villar.
Dos días después, el 11 de noviembre de 1997, la incertidumbre dio paso al terror cuando las encontraron asesinadas en una zona conocida como Los Olivillos. “Fue una tragedia que no podíamos entender”, remarcó la mujer.
Dante Caballero, uno de los tantos vecinos que había salido a colaborar con la búsqueda de las mujeres desaparecidas, fue quien encontró los cuerpos. El hombre, acompañado por su esposa y su perra ovejera, siguió por la vía del ferrocarril Roca que une Cipolletti con Cinco Saltos y cuando había hecho unos cuatro kilómetros, entre los arbustos, vio una remera roja. Era Verónica.
Según reflejaron las crónicas de ese momento, le habían atado las manos con los cordones de sus zapatillas, estaba amordazada con un pañuelo y tenía cortes visibles en el cuello. También estaba muy golpeada.
A unos ocho metros de distancia encontraron semienterrados los cuerpos de las hermanas González. María Emilia con un tiro en la cabeza. Paula recibió dos disparos, uno en la espalda y otro en la cabeza. A ellas también las habían atado y amordazado.
Con el correr de las horas la autopsia sumó otro dato que confirmó el calvario que sufrieron las víctimas antes de ser asesinadas. Las tres habían sido abusadas sexualmente.
Pablo Iribarne, el juez que tuvo la causa durante 12 años, ordenó las primeras detenciones en tiempo récord. Apenas unas horas después de que el triple crimen saliera a la luz arrestaron a Hilario Sepúlveda, un joven de 28 años con antecedentes por un doble homicidio cuando era menor de edad, que era dueño de una tapera ubicada a unos dos kilómetros del lugar en donde se encontraron los cuerpos.
“Está todo el lugar rodeado de cosas llenas de sangre”, dijo en ese entonces uno de los investigadores a TN. Además debajo de la cama del sospechoso habían secuestrado un revólver calibre 22, el mismo calibre de los proyectiles utilizados para matar a las víctimas.
Como una suerte de efecto dominó cayeron después Horacio Huenchumir, de 21 años; y José María Fernández, un sujeto que vivía cerca de la precaria vivienda de Sepúlveda y desapareció justo cuando se conocieron los crímenes.
La principal hipótesis de la Justicia, la única, era que ese grupo de hombres, en estado de ebriedad, había secuestrado a las mujeres y las asesinó después de violarlas. Sin embargo, las pruebas no acompañaron esta versión.
Casi tan rápido como lo detuvieron fue liberado Fernández por falta de mérito. Distinta fue la suerte de Sepúlveda y Huenchumir, quienes fueron procesados por secuestro, violación y asesinato. El juez Iribarne se basó en el arma encontrada en la tapera del primero y en que ambos hombres tenían marcas recientes en la cara, al considerar que podían tratarse de heridas defensivas provocadas por las víctimas.
Sin embargo, tampoco a ellos pudieron mantenerlos tras las rejas mucho tiempo. El primer revés fue el resultado de la pericia balística. Los expertos establecieron que el revólver que habían encontrado en poder del sospechoso no era el arma homicida.
Después, el 17 de diciembre, se conoció el resultados del estudio comparativo entre el registro de ADN perteneciente a las muestras de semen levantadas de los cuerpos y el de los acusados. No se encontró ninguna coincidencia.
A más de un mes del hallazgo de los cuerpos, la investigación volvía a estar en el punto de partida y las irregularidades eran tan evidentes que reemplazaron a los jefes de las tres comisarías de Cipolletti y de la Unidad Regional II y se abrió sumario a todos los policías que participaron del caso. El subcomisario Luis Seguel fue detenido el 18 de diciembre por encubrimiento.
Fue entonces cuando entró en escena Claudio Kielmasz sin que nadie lo fuera a buscar. Es que aunque varios vecinos declararon haberlo visto lavándose los pies en un arroyo cerca de donde vieron por última vez a las tres mujeres no entró en el radar de la Justicia hasta que se presentó como testigo y aportó datos del lugar en donde estaba escondido el revólver usado para cometer el triple crimen.
Las pericias esta vez confirmaron que efectivamente esa era el arma homicida y Kielmasz pasó de ser testigo a imputado, aunque no estaba claro todavía cuál había sido su participación en el hecho. Dio al menos seis versiones diferentes, entre ellas que los autores querían secuestrar a las hijas de un supermercadista de Cipolletti pero se equivocaron de víctimas y hasta habló de un ajuste de cuentas vinculado al narcotráfico que involucraba policías. Finalmente, la acusación en su contra fue por secuestro.
Con el avance de la causa se conoció otro dato escalofriante que complicó su situación. Durante el allanamiento en la casa de Kielmasz se secuestró una carpeta con recortes de diarios sobre el caso desde el 10 de noviembre (un día antes de que aparecieran los cuerpos de las chicas); una caja vacía de balas calibre 22 y una revista pornográfica con dibujos, en donde había un paisaje muy parecido a la zona de chacras donde aparecieron las víctimas.
En noviembre de 2000 empezó el juicio en la Cámara Segunda de General Roca, con los jueces César López Meyer, María García y Juan Rotter. En los casi ocho meses que duró el debate no se logró determinar dónde violaron a las víctimas, dónde las mataron ni dónde las tuvieron secuestradas. Tampoco se conoció el móvil.
El 5 de julio de 2001 Claudio Kielmasz, de 44 años en ese momento, fue condenado a reclusión perpetua como partícipe necesario del secuestro seguido de muerte de las tres jóvenes.
“Es un caso que quedó parcialmente impune porque siempre estuvimos convencidos de que intervinieron otros autores”, manifestó tras la sentencia el abogado de la familia González, Marcelo Hertzriken Velasco, haciendo referencia al hecho de que de los cinco procesados que tuvo el expediente sólo Kielmasz fuera condenado.
A 27 años del crimen de su hija y de las hermanas González, Ofelia destacó que Kielmasz siga detenido – ya que no existe agotamiento de pena para la condena que recibió – pero también habló de la intranquilidad que les dejó la convicción de que no fue el único responsable por el triple crimen.
“Fueron muy inteligentes los que hicieron este trabajo porque buscaron a una persona que no moleste a nadie, que no toque el poder político, policial, judicial ni el económico”, afirmó la madre de Verónica Villar, en diálogo con TN.
Por otro lado, la mujer apuntó que “quedó abierta una causa residual” en relación a las mujeres a las que estaba dirigido el ataque en realidad pero ningún testigo se ha acercado a declarar durante años.
“Un jornalero que denunció que la policía fue a matar a uno de los presuntos autores apareció decapitado, la Justicia no lo protegió”, contó Ofelia, y subrayó: “Implantaron el terror, yo creo que la policía esta muy comprometida”.
Susana Guareschi y Ulises González fueron padres de cinco hijos. María Emilia y Paula fueron asesinadas a fines de la década del ‘90 en el caso que se conoció como el triple crimen de Cipolletti. Pero antes que ellas la hija mayor, María Eugenia, murió apenas unas horas después de nacer y Diego, el segundo, se enfermó de leucemia y también falleció. Sólo sobrevivió uno de los cinco hijos que tuvieron y con el tiempo, y con tanto dolor a cuestas, abandonaron la ciudad.
“La familia González se trasladó a El Bolsón”, contó la mamá de Verónica, que actualmente sigue en contacto con Agustina, la hija de María Emilia. La joven tenía sólo dos años cuando mataron a su madre.
Por increíble que parezca, en Cipolletti hubo un segundo triple crimen. Otra vez tres víctimas mujeres y otra vez tres muertes impunes. Se lo conoció como “La masacre del laboratorio” y ocurrió en 2002. Mónica García, Carmen Marcovecchio y Alejandra Carbajales no tuvieron justicia y tampoco fueron las últimas. “En total son 20 las mujeres que fueron asesinadas en la ciudad (desde 1997). Son crímenes mafiosos”, afirmó.
Este mes de noviembre, cuando se cumpla un nuevo aniversario de la tragedia que marcó un antes y un después para los cipoleños, Ofelia anticipó que convocaron a una marcha y distintas actividades para recordar a las víctimas y para pedir Justicia también por todas las mujeres asesinadas después que ellas. Y concluyó: “Cada vez que llega esta fecha vuelve a aflorar todo. Los sentimientos, la memoria…”.
También resurge la lucha.
Escrito por E-GRUPOCLAN
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